Colección Salvador Claret

La tenacidad de un coleccionista privado que logró juntar casi medio millar de vehículos en su propiedad y hoy se exhiben como museo.
El coleccionismo es una enfermedad como lo puede ser el alcoholismo o el juego, una vez se empieza es muy difícil de controlar y aun más de parar. Esto es lo que le pasó a Salvador Claret i Naspleda que en 1958 compró un Ford T de principios de siglo XX y por 25 años no paró de recuperar vehículos y materiales técnicos relacionados con el transporte.
Ese español, de profesión hotelero, tardó 49 años en descubrir su verdadera vocación, pero a partir de ese momento y hasta el instante de su muerte dedicó gran cantidad de tiempo y recursos en acumular toda clase de vehículos de transporte, que fue guardando en unos depósitos en la parte trasera del hotel, que debido a su afición por los autos se llama Hotel Rolls.
Su afición supo compartirla con todos aquellos que por diferentes motivos le conocieron, ganándose su respeto por su carácter amistoso y colaborador, lo que no hizo más que aumentar la colección, pues ya no bastaban los autos que él encontraba sino que a esos se
sumaban los que encontraban sus amigos y aquellos que con el tiempo fueron cediéndole sus vehículos.
En el momento que empezó a buscar autos antiguos para ampliar su colección, no había la afición que actualmente existe por lo que para la mayoría era un excéntrico con un gusto nada común y eso le facilitó el trabajo, pudiendo conseguir verdaderas joyas a precios irrisorios, pues para sus propietarios esos autos ya no tenían ningún uso práctico y por tanto carecían de valor, o por lo menos del valor que actualmente tienen ese tipo de automóviles.
Inicialmente recolectó todo lo que iba encontrando que le llamara la atención y que estuviera en condiciones de funcionamiento, pues él no era restaurador sino coleccionista, tal como puede apreciarse en los autos que actualmente se exhiben que están en el mismo
estado en que se consiguieron y en los que los restaurados fueron aquellos que cedieron sus colaboradores o alguno que otro comprados en las postrimerías de su fallecimiento en 1984.
Tras haber acumulado una buena cantidad de vehículos, con un gusto muy ecléctico, empezó a ser más selectivo con lo que adquiría y empezó a seleccionar una serie de vehículos que él consideraba importantes para la memoria colectiva de su entorno.
Uno de los intereses de Salvador Claret fue preservar las marcas españolas anteriores a la Segunda Guerra Mundial, tanto las de autos como las de motocicletas y motores, esto implicó un trabajo minucioso, con desplazamientos por toda la geografía española. Gracias a su labor hoy se puede disfrutar en la colección de un buen número de marcas fabricadas en España como Hispano Suiza, David, Salamanca, J&J, Orix y Gobern a las que se sumaron autos de la post guerra, con un auto de carreras desarrollado por el ingeniero Ricard, que lleva su nombre y los PTV, Pegaso, Goliat y Biscuter, junto con las motos Bultaco, OSSA y Montesa o los microcarros fabricados bajo licencia como el Gogomovil y el Isetta. De todo ese mundo hay que destacar un vehículo
muy especial, que es considerado el punto de arranque de la industria automotor española. En 1889, Francesc Bonet i Dalmau inscribe una patente en el registro de Barcelona y luego construye un vehículo propulsado a motor que queda como el primero fabricado en España. El triciclo era para el uso particular de Bonet, tenía un motor central y un puesto de conducción trasero.
Otra de las piezas especiales es un Voisin C3 de 1919, con carrocería de aluminio y un revolucionario motor sin válvulas, aunque por su valor como piezas históricas hay varios vehículos que hay que destacar como un Cadillac que perteneció al Gobierno y se usaba exclusivamente para los traslados del General Francisco Franco, que gobernó España de 1939 a 1976, el Fiat Topolino de 1939 propiedad de otro militar: el General Queipo de Llano, de relevancia durante la Guerra Civil Española y un Peugeot de 1910 que perteneció al inventor del helicóptero: Juan de la Cierva.
Al fallecer Claret sus herederos, decidieron abrir las siete naves donde se guardaban los vehículos al público y preservar el legado familiar de modo que pudiese ser apreciado tanto por aficionados como por neófitos, sin presentar los vehículos en un orden lógico sino casi como los había guardado su fundador, dedicando solo dos salas a temas específicos, una a los automóviles de fabricación española y otra para las motos, que también son de fabricación local en su gran mayoría, superando las de carreras a las de calle, debido también a la afición de
Claret por las carreras. Debido a las condiciones climáticas y a las precarias condiciones de la economía española después del final de la Segunda Guerra Mundial, donde al ser considerado Francisco Franco aliado de Hitler, se le impuso un bloqueo económico que no se levantaría sino hasta después de transcurridos más de 10 años del fin de la guerra, el primer medio de transporte al alcance del consumidor fue la motocicleta, que básicamente eran bicicletas con motor, por lo que pronto floreció una incipiente industria con nombres como Derbi, Iresa, Clua, Motobic, Montesa y Bultaco que fabricaban motos de baja cilindrada que contribuyeron a que los españoles empezarán a movilizarse y que contribuyeron a la afición que hay en España por las motos, que se traslada también al mundo de la competición al que ha contribuido con muchos pilotos que han
llegado a ser campeones mundiales. Obviamente los vehículos europeos, especialmente los franceses, son mayoría con marcas conocidas como Citroen, Renault y Peugeot, así con muchas desaparecidas hace ya mucho tiempo como: Rollard Pillain, Derby o Sima, aunque hay una buena colección de alemanes e italianos. Los americanos dominaban la industria en la primera mitad del siglo XX, por lo que también hay presencia de marcas conocidas como Chevrolet, Ford, Cadillac y Lincoln, así como otras desaparecidas como es el caso de Packard.
Un recorrido por las instalaciones de la Colección, permite tener una visión estética y técnica de los inicios de la industria automotriz, con un contenido amplio y sobre todo variado, con el vehículo más antiguo, un Merryweather inglés de 1883 hasta el más moderno, un Lancia HF Grupo A, de mediados de los 90, donado por un piloto local. Un sitio que no solo ofrece un alto valor educativo sino que es además punto de encuentro de miles de aficionados a través de diversas actividades que se celebran en los terrenos aledaños al
museo. Uno de ellos atrae desde hace 30 años a miles de aficionados de todo el mundo que se reúnen, el primer fin de semana de junio, para comprar y vender miles de objetos, repuestos y partes de autos y motos en la Llotga de Sils.
La visita al museo, situado a menos de una hora en auto de Barcelona, que solo cuesta 5 Euros, no está completa sin un almuerzo en el restaurante del hotel aledaño, donde se puede disfrutar de la gastronomía catalana a un precio módico y con una atención de primera.